Todos tenemos claro que existe un antes y un después de la aparición de la pandemia. Quizá aun es pronto para poder valorar el alcance real de su importancia y cómo ha impactado en nuestras vidas, sin embargo, existen algunas señales en hábitos tan arraigados en nuestro país como acudir a la peluquería.

Sabemos que el cabello posee una fuerte carga simbólica y es mucho más que una mera parte de nuestra imagen, es la fibra de nuestra esencia, así que observar cómo nos relacionamos con él, es un delator del estado de nuestras emociones e inquietudes a nivel individual como social.

Tras la reapertura de los salones se vivió una verdadera “avalancha” y fue complicado encontrar un hueco en las agendas de las peluquerías. “Los primeros días teníamos muchísimo trabajo y los clientes venían con muchísimas ganas, necesitaban verse bien, no por narcisismo, sino para recuperar su identidad y restaurar sus emociones. Verse mal, daña el ánimo de cualquiera” afirma Pilar Zaragozá, directora de Eos/Men. El confinamiento había dejado huella no solo en las raíces canosas, también en la imagen perturbadora que nos devolvía el espejo y que calaba en la percepción sobre nosotros mismos y en cómo nos sentíamos por dentro. El encierro ha comportado un cierto decaimiento en el ánimo general y tras la reapertura de las peluquerías se han producido dos tendencias contrapuestas, por un lado, los cambios radicales de look, incluso con coloraciones extremas o con la experiencia liberadora de cortarse la melena y recurrir al corto como metáfora de querer preocuparse solamente de lo esencial. Y la otra gran tendencia contraria, la dilatación de las visitas al salón, es decir acudir con menos frecuencia que antes. “Entre nuestra clientela hemos constatado dos reacciones opuestas. Hay quién te pide renovar su imagen completamente e incluso se lanza a hacerse el cambio que siempre había deseado, pero ante el que siempre se acababa frenando. Por otro lado, están las clientas que ahora vienen con menos frecuencia y que se decantan por tonos más claros en la coloración, incluso entre las más fieles al castaño, una forma de disimular el contraste cuando crece la raíz. Vernos mal nos ha calado fondo y ha modificado hábitos consolidados.”, explica Mª José Llata, fundadora de PeluqueríaLlata Carrera.

Existe una sensación de incertidumbre y miedo que provoca reacciones dispares. Desde el vive el presente o carpe diem, a conductas más cautelosas que prefieren evitar la dependencia de la peluquería para verse bien, de ahí que busquen soluciones como el cambio en la coloración para intentar espaciar las visitas, aunque también puede darse una motivación económica por pérdida de poder adquisitivo que cause que se considere el gasto en el cuidado de la imagen personal como menos prioritario en estos momentos.

Del mismo modo, nuestro cabello refleja nuestra salud física y emocional y durante la fase más severa del confinamiento muchos clientes han modificado sus hábitos de cuidado. Al no ir a trabajar fuera de casa, era innecesario esmerarse en el cuidado del cabello y eso ha podido repercutir de forma positiva como negativa. “Los signos de estrés que hemos detectado en el cabello de nuestra clientela, más allá de un aumento de la caída en algunos casos, aun no se verán hasta dentro de unos meses. Lo que sí hemos visto es que aquellos clientes que han dejado de utilizar productos de acabado como lacas o gominas, han mejorado el estado de su cabello, está más sano. No podemos decir lo mismo de quienes han decidido corregirse el color de las canas con coloraciones inadecuadas que han acabado dañándoles la melena. En definitiva, hay quien ha dejado respirar el cabello y quien lo ha atosigado en un intento de no verse tan mal.”, explica Imanol Oliver, director de Oliver Estilismo Belleza Hair Spa.



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