Sabernos únicos e irrepetibles como seres humanos es un tema del que siempre se habla. Ninguna persona podría pensar o sentir como uno. A partir de esa diferencia, podemos apreciar la forma diametralmente diferente en que se comunican los hombres y las mujeres.
Cada uno posee su propia percepción del mundo, de ahí parte su forma de comunicarse. Por ejemplo, las mujeres nos comunicamos más a través de nuestro lenguaje verbal, las miradas, los gestos y las expresiones. Y contamos con más palabras que decir al día que los hombres y hablamos más sobre nuestra emociones y sentimientos que de los hechos.
Así también, nos relacionamos más afectivamente. Se nos facilita hacer cumplidos, ser espontáneas y decir lo que pensamos, algunas veces, sin filtros.
Por otra parte, la solidaridad nos distingue en la forma de interactuar con los demás. Nos involucramos fácilmente con el otro, somos más sensibles ante el dolor ajeno y lo demostramos con nuestra corporalidad y espontaneidad.
Hay una tendencia marcada en cuanto a la atención que ponemos a nuestro interlocutor y la necesidad de sentir de igual forma de parte del otro que le interesa nuestro discurso. Somos más indagadoras al conversar, nos interesa conocer a las personas de manera más profunda y, por ende, conversamos desde nuestro ser interior más que el exterior.
Si echamos un vistazo a la historia del ser humano, podemos concluir en que al comienzo los hombres salían a cazar para llevar el alimento a la familia, lo que requería de una atención profunda, no distraerse y enfocarse en cazar al animal. Mientras que, las mujeres salían a sembrar sus cultivos, lo que daba pie al maravilloso arte de socializar, puesto que en su interacción compartían sentimientos y pensamientos, con un lenguaje a señas que lograba conectarlas con los demás.
Lo maravillo es sabernos y aceptar que somos distintos, porque en esa diferencia está la riqueza de las relaciones humanas.
Melba Pazos de Gurrola
Coaching Existencial, Psicoterapeuta
Autora del libro “Despierta, Atrévete y transfórmate”
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